Hace poco en un seminario con la Dra. Mariana Maggio me puse a pensar en mis clases de hace 15 años en Córdoba. ¿Cómo eran? ¿Qué hacía yo en aula? Me acuerdo cómo empecé.
Como muchos docentes, hacía años que daba clases particulares individuales pero una mañana ocurrió algo que no se cubre en los profesorados de inglés:
Necesité dinero
Entonces respondí a un aviso clasificado que pedía profe de inglés. Me tomó un rato demasiado largo darme cuenta que la dirección del instituto era literalmente al frente de adonde yo vivía. Crucé la calle y me contrataron. Al día siguiente, en la primera clase, me salió perfecta. Los alumnos me escuchaban y atendían, me hacían caso y participaban en los ejercicios. Terminó la clase sin que se dieran cuenta: yo, en realidad, no era profesor de inglés.
Cuando me inscribí en la Facultad de Lenguas me anoté en Traductorado y Licenciatura, pero después siempre di clases. Es decir, trabajé de profesor sin hacer el Profesorado y por lo tanto sin las materias pedagógicas.
Lo que hacía era simplemente escudarme en los libros y confiar. Confiar que el autor y los editores sabían lo que estaban haciendo. ¡Las macanas que me habré mandado! Pero yo no recuerdo errores porque no los estaba buscando, solamente observaba los resultados y no eran para nada malos. Casi todos mis alumnos aprobaban, señal, decía yo, de que habían aprendido. Incluso en los cursos intensivos de la Facultad de Lenguas adonde los exámenes se confeccionaban entre una decena de docentes y los alumnos debían pasar el examen oral ante un tribunal. Y yo ahí, enseñando sin papeles.
¿Cómo enseñaba?
Para empezar, en ese momento estaba seguro de lo que hacía. Eran clases honestas en tanto, a falta de plan, las intervenciones de alumnos con preguntas e inquietudes eran centrales y podían modificar la clase por completo. Claro que todo esto es un recuerdo aguado y romántico a la distancia, pero en general yo estaba mucho más conforme con mi desempeño docente en ese momento que ahora, después de finalmente recibirme del profesorado y cursar un año del Doctorado en Educación. ¿Por qué estaba tan contento?
En ese momento añoraba e idealizaba lo que yo denominaba «la pedagogía» que era inalcanzable en tanto no me había inscripto formalmente en cursos que la dictasen y, chapado a la antigua, todavía creo que el saber que quiero aprehender está mejor articulado en personas e instituciones. No es lo mismo ver videítos de didáctica, que estudiar didáctica en la UBA. No es lo mismo cualquier profesor que Edith Litwin.
Cada vez que un estudiante seguía sin llegar a los objetivos, o parecía estar mal ubicado en el nivel que estaba dictando yo alzaba el puño y exclamaba “Ah, si supiera pedagogía” queriendo decir “Ojalá tuviese más herramientas”.
Mis alumnos eran siempre adultos, la mayoría en sus veintes o treintas, y nunca tuve problemas de dispersión o barullo en el aula en esas épocas pre iPhone de mediados de los dos mil. Yo creía que sabía por qué.
Creía, principalmente, que era un profe copado. Las risas eran el sello de mis clases. Siempre nos estábamos riendo y si yo no estaba de humor, mis libros no fallaban. Ningún libro de inglés podía fallar antes del iPhone porque eran distintos a otros libros pues prescindían del aburrimiento. Los profesores de Español para Extranjeros de FL vivían tratando de producir materiales que recreasen las características de los libros de inglés porque eran dinámicos y yo, parado en el supuesto de que las personas estaban acostumbradas a manuales tediosos, estaba convencido que con seguir el libro bastaba para mantener el interés de los alumnos. De todos modos, no me quedaba con eso. Y llevaba material extra en forma de un juego, una conversación para pares, un trabajo grupal o un set de ejercicios. Algo extra que reforzaba la práctica y nos sacaba del libro. En ese momento pensaba en eso que captaba y mantenía la atención como lo inesperado.
Lo inesperado tenía dos soportes. Por un lado, yo trabajaba con todos los alumnos, no solamente con los que levantaban la mano. Incluso si alguno aludía falta de elementos yo insistía “pídale el libro a su compañero”. Nadie se salvaba. Había que estar alerta. Por otro lado, yo desordenaba el libro.
Con un criterio que variaba entre la dificultad y la pertinencia, yo no me conformaba y cambiaba el orden de algunas actividades. A pesar de que al principio de la clase adelantaba los temas del día para que los alumnos sepan qué esperar, yo me esforzaba luego para que nadie sepa con certeza qué actividad seguía. Al final, después de que lo vi usado en un seminario, hacía un repaso relámpago de lo que habíamos visto. Con suerte la clase terminaría con aplausos.
A veces no había tiempo para el repaso. A veces no llevaba actividad extra. Algunas clases no nos reíamos tanto. Pero todos me atendían. El noventa y pico por ciento aprobaba. El único problema era que me pagaban poco.
Mis fuentes
Déjenme entonces que comparta aquí mis fuentes para la estructura que tenían mis clases.
01- Comenzaba diciendo claramente lo que íbamos a cubrir ese día. Tip de mi jefa, Cecilia Chiappero tras observar una de mis clases.
02- Hacer participar a TODOS sin excusas. Se lo copié a Guillermo Badenes un profe de la Facultad de Lenguas que deba clases con título de Traductor.
03- Desacomodar el libro. A veces intuía yo mismo que estar seguro de lo que sigue es aburrido.
04- Actividades extra. Relacionado a lo anterior. Un libro tiene un estilo, un tono, una voz. Introducir otros autores en el medio era la frescura de una voz distinta.
05- Repaso relámpago. ¿Qué cubrimos hoy? Hoy vimos… tratando de hacer que los alumnos respondan con el contenido. Lo vi en un curso sobre vocabulario de negocios dictado por un tal Carlos Galizzi. Sé el nombre porque tengo el certificado.
¿Qué fallas/corrimientos detecto ahora?
A- Estaba seguro de lo que decía ¿Cómo hacía? Todo es relativo ahora.
B- Las preguntas de los alumnos eran centrales; pero no me sabía sus nombres: señal de que no me importaban tanto. Tal vez lo central es que YO daba las respuestas.
C- ¿Piaget? Es cabernet sauvignon me parece.
D- La paga sigue siendo mala. Eso es lo único constante.
Mis clases ahora, después de finalmente estudiar y recibirme de Profesor de Inglés son muy distintas. Pero esa es otra historia. Hasta la próxima. ¿Cómo empezaste tus clases vos?