La salsa secreta
Seguimos pesando en las clases y en las prácticas áulicas. En el post anterior les había dado una descripción de las características generales que tenían mis clases a mediados de los 2000. Estaba estudiando la licenciatura en Córdoba y daba clases de sol a sol sin haber leído una palabra de pedagogía.
Eso me tenía siempre intranquilo porque yo quería saber lo que sabían los otros docentes. Pero como me pagaban poco, pasé una temporada trabajando en otras ocupaciones. Por años dejé de enseñar casi del todo salvo por algún alumno particular hasta que me di cuenta de que llegaba tarde a todos los trabajos, excepto a dar clases. Entonces me inscribí para terminar de estudiar en Santiago del Estero.
Cuando finalmente llegó la hora de adquirir la salsa secreta, eso que sabían los profes que habían estudiado, en el profesorado me ofrecieron el PPP. Para el que no sabe es presentación, práctica y producción. Había que pensar en PPP, preparar las clases con el PPP y dictarlas de modo que se cumpla el PPP. La primera alerta vino cuando quise conseguir literatura contemporánea sobre el tema y me di con reimpresiones de libros escritos en los 70’s. Ante mi protesta, las profesoras me aclaraban que estaban al tanto de las desventajas del PPP pero que era lo mejor que había para la tarea que teníamos por delante: dar pastillas de conocimiento en clases cortas (tanto como 35 minutos) a alumnos de distintos niveles (incluso de nivel primario) dictadas por docentes practicantes.
Pero el control de su aplicación era obsesivo y no dejaba intersticio por el que colar alternativas. Lo que quedaba era amigarse con el procedimiento esperando que la libertad de acción llegue con el título. ¿Llegará esa libertad algún día?
Ese famoso PPP
Recordemos que yo estudio el profesorado de inglés adonde todos hablan maravillas del constructivismo, de que los alumnos piensen por sí mismos y anclen el conocimiento en saberes anteriores. Pero luego aplicamos con precisión bancaria un procedimiento que tiene la explicación adelante y está seguido de ejercicios de comprobación. Y si uno malinterpreta solamente un poco el tercer paso, el de la producción, y en vez de que el alumno tenga la oportunidad de finalmente usar la lengua aprendida en situaciones comunicativas válidas hacemos otra cosa, entonces corremos el riesgo de simplemente repetir la comprobación.
Hablo de simplificar una producción oral o escrita un poco de más y terminar con un ejercicio guiado de práctica en el alumno o la alumna completa las estructuras planteadas por otros con opciones impartidas en la clase y por lo tanto no produce nada. No necesita «usar» la lengua, sino que puede «aplicar» una fórmula que acaba de ver. ¿Y Piaget? ¿Y Vygotsky? ¿Y la moto?
Pero nada es para siempre y tan obediente fui en el uso del PPP que me pusieron un 10 en las prácticas. Ahora sí entraba en la etapa de libertad adonde desplegaría todo mi conocimiento sobre dictado de clases.
Yo venía de dar clases más o menos del 2000 al 2010 y creer que lo hacía bien. Como no tenía título no se me había ocurrido siquiera buscar trabajo en escuelas, pero ahora, en las prácticas docentes y la vida laboral de Santiago del Estero, las escuelas eran prácticamente la única opción. Yo había dado clases en Córdoba a adultos y jamás se me había ocurrido tener que captar la atención de los alumnos más allá de con el conocimiento que tenía de eso que ellos pagaban por aprender. En Santiago, cinco años más tarde un alumno me miraba fijo en una clase de práctica con auriculares puestos. De golpe saber inglés no importaba.
¿Cómo? ¿Que estos chicos son igualitos a mí de adolescente y no quieren estar en la escuela? ¿Perdón? ¿Que la diferencia es que ellos pueden tener celulares en la escuela? De golpe lo que yo «sabía» de dar clases no servía. Estos eran otros sujetos en otro contexto. ¿Qué hice cuando me dieron el título y me dejaron de controlar?
Me doy cuenta de algo terrible
Es una buena pregunta. Quise volver a mis raíces, a mis viejas prácticas, pero mejorándolas con esto nuevo que había aprendido. Ahora por fin era profesor yo también y había leído lo mismo que los otros profesores y la idea de una «producción» oral y escrita genuina no me disgustaba. Me parecía importante ahora que los chicos tengan la oportunidad de utilizar la lengua sin muletas, aunque sea una vez por clase entonces traté de calcular bien los tiempos para que siempre, pero siempre, siempre mis alumnos lleguen a producir algo en una situación comunicativa artificial pero que se sienta genuina.
Dejé de pensar -cansado por la etapa de las prácticas- en la aplicación de métodos y me dejé llevar por la clase y los alumnos. Con tiempo entre manos y entusiasmado por aprender más todavía me inscribí en un Doctorado en Educación en la Universidad de Santiago del Estero y cursé -alegre- varios seminarios. Hasta que un día, José Yuni, el director del Doctorado nos preguntó por la diferencia entre «conocer» y «saber».
Como un chorlito, yo caí en la trampa del inglés y dije que son lo mismo. En inglés son una sola palabra: knowledge. Pero había diferencias en las lenguas latinas. Estuvimos muchos minutos pensando, articulando respuestas, ayudándonos entre todos a tratar de dilucidar la diferencia. A mí me pareció como media hora. Las ideas eran variadas, las opiniones a veces encontradas y la tensión subía a medida que pasaban los minutos porque, por lo menos en mi caso, quería saber la respuesta. NECESITABA saber la diferencia entre conocer y saber. Por un segundo miré al profesor, pensé en mis clases y el mundo se me vino encima.
Me di cuenta de golpe que mis clases eran 100% PPP. Explicación adelante, construcción cero. Mis alumnos no pensaban un segundo. Yo les decía cosas que ellos no querían saber. Es muy fuerte creer que una está haciendo una cosa y darse cuenta de golpe que está haciendo lo opuesto. Pensarme constructivista mientras enseño con secuencias de explicación, aplicación, comprobación es como decir que soy de Boca y encontrarme festejando goles de River. Pero no había adonde esconderse. Con suerte nadie se había dado cuenta. Ahora había que contenerse y no contarlo nunca en un blog.
Mis clases ahora
A la clase siguiente mis explicaciones pasaron al final y las lecciones empezaron a girar alrededor de preguntas y problemas más que de respuestas. Luego, en un seminario Mariana Maggio -ninja de la didáctica y la educación- nos invita a pensar en nuestras clases y yo le hago caso. Me pongo a pensar y recalcular y me acuerdo de las clases de antes para adultos, adonde nunca tuve que decirle a nadie que me preste atención. Pensé en las clases de ahora y como la apatía, sin ser constante, era una posibilidad. Y pensé en mis prácticas.
En su libro «Reinventar la Clase en la Universidad» la Dra. Mariana Maggio dice textualmente que hay que «poner una bomba en el corazón de la didáctica clásica» y sugiere el ejercicio de quitar la explicación de las clases. Yo no me animo a tanto. Pero comienzo a preguntar, a llamar a mis alumnos a que se acuerden de lo que saben sobre el tema, a que se apoyen en sus compañeros para entender mejor un concepto y a tratar de generar la curiosidad ANTES de finalmente explicar cuando me preguntan.
https://www.cuspide.com/9789501296655/Reinventar+La+Clase+En+La+Universidad
Noto la frustración en la cara de algunos que directamente me piden a los 30 segundos «dele profe díganos y listo» y yo les quiero decir. No sé si es el PPP, mi ego o mi propia falta de paciencia que clama desde el centro de mi pecho por llenarlos de explicaciones. Explicarles el tema, la historia del tema y la lista de libros adonde se explica mejor el tema. Pero por las barbas de José Yuni me muerdo la lengua. Que piensen, unos minutos, aunque sea.
Ya vamos a tener oportunidad de reconstruir alguna clase completa. Sigo explicando todo, pero demorando un poco. Mis clases comienzan con producción: Les pido que escriban una oración con alguna palabra o estructura de la última clase. De a poco, de a pasitos pequeños, esperando que las lecciones que vienen sean mejores que las pasadas.
Y tus clases ¿Cómo son?