La distancia ha cobrado en estos tiempos de pandemia una importancia que muchos no le habíamos dado antes. Los Entornos de Instrucción Virtual relegados a la función de “acomodadores de pdf” con todas las capacidades interactivas dormidas, desaprovechadas. Tal vez por eso Google Classroom reina supremo en detrimento de otras opciones como Moodle.
Los padres hacen fila para quejarse del volumen de las tareas que ahora deben ayudar a completar en cuarentena mientras algunos docentes practican la distancia adjuntando archivos de Word. Todo porque nadie había imaginado este contexto.
Cuando yo volví a Santiago del Estero después de pasar unos años en el departamento de Educación a Distancia de la Facultad de Lenguas de la UNC capacitando docentes en el manejo de Moodle y e-ducativa para crear cursos de idiomas a distancia no me prestaron atención. Fui al instituto de inglés más grande de Santiago y cuando dije Moodle fruncieron el ceño. Me explicaron que los docentes de inglés estaban interesados en certificar el nivel de idioma, no en la educación a distancia. Era 2010.
Diez años más tarde, una pandemia ha volado por los aires todo lo que parecía inmutable: el lugar del aula con el docente al frente y los alumnos ahí con la prohibición de salir de esa habitación. ¿Y ahora qué hacemos?
Por un lado, tenemos que replantearnos el rol de la distancia en general y los entornos de instrucción virtual en particular. Yo no inventé eso de los EIV como acomodadores de materiales, me dijo algo en ese sentido la Dra. Mariana Maggio (Instagram @marianabmaggio) mientras ponderaba el valor de las redes sociales y las herramientas de comunicación que ya forman parte de la vida de los alumnos como WhatsApp e Instagram.
erido en mi orgullo moodlero, me hubiese gustado retrucar, pero hubiese sido solo en términos teóricos: el uso práctico que yo mismo había hecho de Moodle y otros EIV se parecían más al uso que describía Maggio pero ¿Qué pasa si uno en serio quiere dar un curso a distancia?
Esa pregunta, hoy, no es retórica. Hoy hace falta dar clases a distancia nos guste o no. Y aunque eso es perfectamente posible en un grupo de WhatsApp como el que uso yo para un grupo de 31 alumnos de un instituto de inglés estaría mejor articulado, administrado, producido en un EIV con todos los chirimbolos. ¿Puedo dar clases en el living de mi casa? Sí, pero mejor es tener la administración lista mara manejar volúmenes de alumnos, baños y cantinas preparadas para las muchedumbres. Así es un EIV mejor que WhatsApp.
Esto no quiere decir que esté considerando hacer lo mismo en la distancia que en lo presencial. Zoom, la aplicación para reuniones grupales que muchos docentes están usando tal vez sí sea un acercamiento a la presencialidad tradicional. Por temas de la misma herramienta, docentes que la utilizan, con bastante tino, recomiendan que los alumnos se unan con micrófonos y cámaras apagadas. Si no, no se escucha al docente, no se puede mostrar nada. Hay que tener cuidado con herramientas que se pueden usar solo callando la voz y la imagen de nuestros alumnos. Pero eso es un defecto de la herramienta, no del docente.
Para no terminar mandando archivos de Word como hacen los docentes de mi hija de 9 años. Podemos, primero, por lo menos “Guardar como” y elegir PDF. Segundo, podemos usar herramientas como HotPotatoes y eXeLearning para empaquetar contenidos con los que nuestros alumnos puedan interactuar. Pero por sobre todas las cosas, lo que tenemos que hacer, creo yo, es no perder la humanidad. Seguir siendo humanos en cuarentena como nuestros alumnos y no adjuntadores de archivos de Word con tareas que tal vez jamás sean controladas. Tenemos que seguir siendo gente, seres humanos, para que nuestros alumnos se den cuenta que la educación a distancia no es un documento estéril sino una forma de enseñar y aprender que estamos transitando JUNTOS.